Javier lozano fue priísta de esos de toda la vida hasta que renunció en 2005. Luego se unió al Gabinete Federal de Felipe Calderón. Nunca peló al PAN hasta que en 2011 quiso ser senador.
Le hacía fuchi a Puebla hasta que el morenovallismo lo invitaba a todos los eventos y fue parte de la oficina de Tony Gali en 2017. Quiso ser candidato a gobernador, pero no era el gallo y tampoco es que sea muy querido en la comunidad, así que el 9 de enero de 2018 renunció al PAN porque le cayó mal Ricardo Anaya y hasta se quejó de Moreno Valle.
Un día después, fue nombrado vocero de la campaña de José Antonio Meade y se encargó de lanzar todos los ataques posibles contra rikin anayin o canayin. Polémico siempre, gran orador desde muy joven, poco empático, y ahora, en tiempos de la 4T, se siente justiciero.
Javier Lozano es la muestra de por qué los panistas deben de bajarle muchas rayitas a sus golpeteos internos, ya que sus opositores algún día usarán sus discursos en contra y los harán verse incongruentes, por decir algo.
Lozano dice que las acusaciones que él señaló ya son caso cerrado por la PGR ¿es decir que mientras se es rival es válido madrear, descalificar y hasta inventar delitos con tal de afectar la reputación del opositor?, pero cuando hay nuevo enemigo, entonces ya defendemos al atacado tres años atrás. Más valdría construir, edificar, hacer consensos, propuestas, planes y dejar de deshacer reputaciones que luego ya nadie puede reconstruir, ¿no creen?
Si lo de Anaya es venganza, circo o maroma del Gobierno Federal, no es más que una posible repetición a lo que le hicieron en 2018 en el gobierno del PRI, golpes que Ricardo Anaya, aunque fuera exculpado después de las campañas, no se puede quitar hasta hoy.
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