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“Remesas: cuando el salvavidas empieza a tener fugas”

Comentario Héctor Rodrigo Ortiz

Durante años, las remesas fueron el gran orgullo nacional —el “oro de los pobres”, como dicen algunos economistas—, y el colchón que sostuvo a millones de familias mexicanas mientras la economía local no levantaba.

Pero 2025 nos da un golpe de realidad: las remesas caen por primera vez en una década, y con fuerza. De acuerdo con datos del Banco de México, las remesas enviadas al país disminuyeron un 3.7% anual en el acumulado de enero a septiembre de 2025, algo que no se veía desde 2013. En números absolutos, eso significa que México recibió casi 3 mil millones de dólares menos que el año pasado. Y Puebla, uno de los estados más dependientes de ese flujo, registró una caída del 5.2%, con municipios como Atlixco, Tehuacán y Huauchinango particularmente golpeados.

¿El motivo? Una política migratoria más restrictiva en Estados Unidos. Desde mediados del año, el gobierno estadounidense ha endurecido las deportaciones, limitado los permisos laborales y reforzado los controles bancarios sobre las cuentas de migrantes. Eso, sumado al menor empleo en construcción y servicios —sectores donde más trabajan los mexicanos—, ha reducido la capacidad de enviar dinero a casa.

Y aunque Washington dice que busca “ordenar la migración”, el resultado es claro: menos dólares para las familias y más presión para las economías locales. Para Puebla, donde las remesas representan cerca del 4% del PIB estatal, esto no es poca cosa. Se estima que más de 400 mil hogares dependen directamente de ese ingreso. Cuando esas remesas bajan, también caen el consumo, las pequeñas inversiones y, por supuesto, la recaudación local.

Lo paradójico es que, mientras el gobierno federal presume estabilidad macroeconómica, la economía real —la del supermercado, la del envío a los hijos o el crédito de vivienda— se resiente en silencio. Las remesas no deberían ser el motor de una economía, sino un alivio temporal. Pero en México ese alivio se convirtió en modelo: exportamos mano de obra, importamos dólares… y ahora que el flujo baja, nos damos cuenta de que no sembramos alternativas.

Quizá la verdadera pregunta no sea cuánto cayó el dinero que envían los migrantes, sino por qué seguimos dependiendo de ellos para que el país camine.

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