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Día de las Madres: Celebrar el amor que sana, más allá de los lazos de sangre

Por Enrique Valentín, director ejecutivo de Casa del Sol

Cada 10 de mayo, México se viste de flores, se llena de desayunos especiales, tarjetas hechas a mano y palabras dulces que celebran a las madres. Es una fecha profundamente arraigada en la cultura mexicana, una jornada dedicada a reconocer el amor incondicional, la entrega y el cuidado que muchas mujeres brindan a lo largo de sus vidas. Sin embargo, para quienes trabajamos y vivimos en una casa hogar como Casa del Sol, el Día de las Madres adquiere un matiz distinto; se convierte en un espacio para la reflexión, la resignificación y, sobre todo, para la esperanza.

Para muchas de las niñas y los niños que forman parte de nuestra casa, esta fecha puede ser compleja; a diferencia de otros hogares, aquí no todos tienen una madre a quien llamar por teléfono, visitar con flores o abrazar con gratitud. Muchos han perdido ese vínculo por diversas razones: abandono, violencia, pobreza extrema, problemas de salud mental o adicciones en sus familias de origen. Algunas madres están ausentes físicamente; otras, emocionalmente, y aunque es doloroso reconocerlo, para varios de nuestros niños y niñas, el Día de las Madres puede representar no solo una ausencia, sino una herida.

Pero esa no es toda la historia: con el paso del tiempo, hemos aprendido que en medio del dolor puede florecer algo distinto. En Casa del Sol, creemos firmemente que la maternidad no está limitada a un lazo biológico, maternar es un verbo que se conjuga desde el amor, el compromiso y la presencia; es un acto cotidiano que muchas personas llevan a cabo sin ser madres en el sentido tradicional. Aquí, la maternidad se vuelve colectiva, comunitaria y profundamente transformadora.

La encontramos en nuestras cuidadoras, que se levantan cada día con una sonrisa, preparan el lunch para el colegio, peinan cabellos rebeldes, cortan uñas y curan rodillas raspadas. La vemos en nuestras psicólogas que ofrecen más que atención profesional: ofrecen escucha, ternura y constancia. También está en las voluntarias que vienen cada semana a compartir tiempo de calidad, a leer cuentos, a cuidar cuando están enfermos, a estar. Y, lo más hermoso de todo: vemos esa capacidad de maternar en las propias niñas y niños, cuando cuidan unos de otros, cuando se hacen espacio para compartir, para abrazarse, para ser hermanos y hermanas en un contexto que los une más allá de los lazos de sangre.

Para muchas niñas y niños que no tuvieron un vínculo materno seguro, crecer implica más que avanzar en edad, porque implica sanar. La falta de cuidados parentales durante los primeros años de vida puede dejar marcas emocionales: dificultades para confiar, para establecer límites, para regular emociones, para sentir que se es merecedor de amor. Pero también es cierto que el cerebro humano es plástico, que los vínculos se pueden reparar y que los afectos, cuando son auténticos y constantes, tienen un poder restaurador inmenso.

A lo largo de los años, hemos sido testigos de cambios que podrían parecer pequeños, pero que en realidad son milagros cotidianos. Un niño que antes evitaba el contacto físico y ahora busca un abrazo, una niña que aprendió que no tiene que gritar para ser escuchada, una adolescente que logra expresar sus sentimientos sin miedo a ser juzgada, cada uno de esos logros es fruto del trabajo profundo y sostenido de personas que maternan desde el alma.

El Día de las Madres, entonces, no se cancela en una casa hogar: se transforma. No se convierte en un espacio de lástima ni de tristeza, sino en una oportunidad para ampliar nuestra visión sobre lo que significa amar y cuidar. Elegimos no enfocarnos en lo que falta, sino en lo que se ha construido. Celebramos a todas esas personas —mujeres y hombres— que han sabido estar, acompañar y proteger; a quienes han elegido ser familia, aunque no haya papeles ni apellidos de por medio.

También es un día para honrar la resiliencia de nuestras niñas y niños, porque crecer sin una madre presente no los define. Lo que los define es su capacidad de adaptación, su deseo profundo de pertenecer, su lucha constante por sentirse seguros, vistos y amados. Cada vez que una niña o un niño se permite confiar en un adulto, está dando un paso inmenso; cada vez que una niña elige pedir ayuda en lugar de aislarse, está construyendo un nuevo modelo de relación. Y cada vez que alguno de ellos dice «te quiero», está desafiando el dolor del pasado para abrirse a un presente distinto.

Por eso, el 10 de mayo en Casa del Sol es también un día de celebración. Preparamos actividades especiales, no para reemplazar lo que no hay, sino para honrar lo que sí existe: la red de afecto que sostiene, los vínculos que se han ido tejiendo con paciencia y cariño, la certeza de que ninguna infancia está sola. Es un día en que las niñas y los niños también pueden expresar lo que sienten, escribir cartas, hacer dibujos, recordar sin dolor o simplemente vivir el momento presente rodeados de personas que los aman.

Al mismo tiempo, este día nos invita a mirar hacia afuera y hacer un llamado como sociedad. ¿Estamos dispuestos a ampliar nuestra definición de familia? ¿Podemos reconocer y valorar todas las formas de cuidado que existen? ¿Sabemos acompañar a la niñez sin juzgarla por su historia? El Día de las Madres puede ser una gran oportunidad para conversar sobre estos temas y para construir una cultura del cuidado más inclusiva y empática.

En Casa del Sol, creemos que cada niña y cada niño tiene derecho a crecer rodeado de amor, estabilidad y personas significativas, y si ese amor no vino en los primeros años, no es tarde para ofrecerlo ahora. Porque el amor no tiene fecha de caducidad, ni límites de edad, a veces llega tarde, pero cuando llega, tiene la capacidad de transformar vidas.

En este 10 de mayo, honremos a todas las madres: a las biológicas, a las adoptivas, a las sustitutas, a las del corazón, y también a quienes, sin llevar ese título, han sabido maternar desde el compromiso, la presencia y la ternura. 

Porque donde hay amor, hay maternidad. Y donde hay maternidad, hay esperanza.

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